Hace un par de semanas una amiga subió a facebook una foto de los chipirones que había cocinado. Le comenté que me tenía que enseñar a hacerlos y ella me dijo que un día de estos quedabamos y los hacíamos juntas.
Dicho y hecho, el sábado fue el día elegido. Primero fuimos al mercado callejero
Dappermarkt de Amsterdam, donde compramos los chipirones y el resto de productos frescos para la cena: verduras, queso, ternera, setas... Me encanta este mercado, tanto por su variedad de puestos y productos frescos, multiculturalidad y buen precio, como por los recuerdos que me trae de mi primer hogar en Holanda. Si alguien visita Amsterdam y le gusta los mercadillos, no puede dejar de visitarlo.
De vuelta en casa, aprendí a limpiar los chipirones. O más bien ¡cuánto cuesta limpiar los chipirones! Menos mal que eramos dos, y en una hora larga los teníamos limpitos.
INGREDIENTES
- 1 kg de chipirones
- 1 cebolla
- 3 chalotas
- 7 tomates
- 1 vaso y medio de vino blanco
- 2 cucharadas de tinta de calamar
- 2 bollitos de pan
- 2 dientes de ajo
- Aceite de oliva
- Sal
PREPARACIÓN
- Limpiar bien los calamares: separar la cabeza, quitar la espina central (esa que parece un trozo de plástico), retirar la piel, lavar bajo el chorro de agua, dar la vuelta a la cabeza, limpiar con agua por este otro lado y rellenar con los tentáculos también limpios. Desechamos vísceras y ojos.
- La salsa es básicamente una salsa de tomate con tinta de calamar. Sofreímos el ajo y la cebolla, que habremos picado no muy finos. Cuando estén blanditos añadimos el tomate troceado y el vino y salpimentamos. Dejamos cocer a fuego medio hasta que el tomate esté blandito, y entonces añadimos la tinta de calamar y la miga del pan en trocitos. Pasamos por el pasapurés y devolvemos la salsa a la cazuela. Si quedase muy líquida se puede añadir más pan.
- Ponemos ahora los chipirones en la cazuela con la salsa y dejamos a fuego suave hasta que queden blanditos.
- Servimos, acompañados de mucho pan para untar.
Es curioso ver como este plato tan normal para nosotros, llama tanto la atención a gente de otros países, quienes a primera vista lo rechazan por su color negro. Sin embargo, ayer pudimos comprobar que sólo se trata de una cuestión estética y que quien lo prueba después repite.
Completamos la cena con gulas al ajillo, aligator en salsa picante, ensalada con queso de cabra, morcilla de Burgos, jamón ibérico, meikaas y un plato de carne típico checo (cuyo nombre era tan difícil que lo he olvidado) acompañado con dumplings (éstos también los aprendí a hacer ayer, así que ya los publicaré próximamente).